Pocos, muy pocos, sabéis que
desde hace poco más de un año he empezado a grabar algunos audiorrelatos, de
forma muy casual y sin equipo alguno de grabación (sólo el micrófono del
ordenador y el programa Audacity para editar). Empezó casi por accidente, y
grabé un brevísimo relato de Borges, La casa de Asterión, que es un texto que me
fascina. Decidí que tenía que ponerle algo de música de fondo que acompañase el
estilo solemne y misterioso del relato, y opté por una canción de Lisa Gerrard,
la cantante de Dead Can Dance. La canción era perfecta para el relato, encajaba
al detalle, y así quedó, compartido sólo con mi familia y algunas personas muy
cercanas. Lo siguiente que grabé fue La noche boca arriba, de Julio Cortázar,
otro relato inmortal y genial. Esta vez, de los escasos seis minutos que duraba
el audio de La casa de Asterión, pasamos a casi 20 minutos, y empecé a jugar
con la entonación y la atmósfera del relato. La locución nunca ha sido
perfecta, y suelo tener que grabar varias veces, porque tiendo a acelerarme y a
no dejar respirar al texto (y es curioso, pero cuando he grabado un texto muy
bien escrito, la locución era mucho más natural y fluida, mientras que un texto
extranjero traducido al español “de aquellas maneras” junta sonidos y palabras
que, leídas, no suponen ningún problema, pero que a la hora de pronunciarlas,
comienzan a chirriar). Esta vez, además de un poco de música, busqué efectos de
sonido: tráfico, ambulancias, sonido de hospital, de jungla…
Después vino un cambio radical:
Correspondencia, un relato humorístico de Woody Allen que, en forma epistolar,
nos plantea una partida de ajedrez por correo entre dos eruditos, que acaba
como el rosario de la aurora. Este relato era uno de los que aparecían en Cómo
acabar de una vez por todas con la cultura, un libro del que ya hablé en el Antro. Pese a que se trata de un texto muy divertido y estrambótico, creo que
el audiorrelato funciona mejor con el suspense y el terror, y a eso me he
ceñido desde entonces.
El siguiente relato fue El
almohadón de plumas, un cuento espeluznante de Horacio Quiroga que leí hace una
eternidad, en un recopilatorio de autores de terror que unía a Poe con
Lovecraft y con Quiroga. Relativamente breve y contemplativo, el cuento da un cambio
brutal al final, y creo que lo transmití bien. Tengo en mi lista, para más
adelante, La gallina degollada, del mismo autor, pero al tener mayor cantidad
de diálogo, y al estar escrito este, como es natural, en español de América
lleno de coloquialismos, puede ser un reto locutarlo sin retoques.
Como veis, he ido grabando todos
los textos que han quedado grabados en mi mente desde la primera vez que los leí, aquellos que se niegan a abandonarme.
El siguiente no fue otro que El corazón delator, de Poe, traducido por
Cortázar, un relato también inmortal, al que traté de hacer justicia. Ya
traduje y subtitulé (con mayor o peor fortuna) un corto de animación basado en
El corazón delator, y me inspiré en la narración de James Mason, que interpreta
perfectamente al narrador loco. Lo grabé una mañana, en Sigüenza, aprovechando
que no había nadie en casa, y di rienda suelta a lo que me inspiraba el relato.
Un simple signo de exclamación para remarcar una frase se convirtió en una
frase pronunciada casi en un rugido; los accesos de locura del protagonista y
sus frases obsesivas, la alternancia entre querer parecer razonable y cuerdo y
la pérdida total de la razón… Todo ello aderezado con la mejor música: la banda
sonora de los geniales juegos Amnesia: A Machine for Pigs, y de Outcry, la música más demente y
malrrollista. Seguramente sea la grabación de la que estoy más orgulloso, la
más auténtica.
Tras El corazón delator, me fui a
por otro de mis relatos favoritos: La pata de mono, de W. W. Jacobs, un autor
que en toda su vida sólo escribió un cuento de terror (el resto era
humorístico). Una vez más, un poco de música y efectos (el crepitar del fuego,
los pájaros por la mañana…). La traducción que elegí no es la mejor, y hay
algunos momentos que chirrían, pero el relato es magnífico. El final, lleno de
suspense, que estimula la imaginación del lector, lleva de fondo ese tema tan
bueno de 30 semanas después, que no hacen más que aumentar la tensión y la
expectación:
Después, grabé un cuento
brevísimo en inglés, The appointment in Samarra (apenas dos minutos y medio),
irónico pero terrible. Dead Can Dance para enfatizar el carácter exótico y
trágico del cuento.
Hasta entonces, ni siquiera me
había planteado compartir públicamente todo esto, ni tampoco la razón de
haberlos hecho (quizá la voluntad de dejar algún recuerdo de mí, para mí mismo,
y de una de las cosas más importantes para mí, desde siempre: los libros que he
leído). Del mismo modo que me decidí a grabar el vídeo de Audatia: es un buen
recuerdo del tiempo que pasé en Oporto, y también un buen resumen de lo que
hice allí. El caso es que empecé a pensar en subir a Internet alguno de estos
audios, pero surgía una dificultad: la música tenía derechos de autor. Así que
para el próximo, busqué en la página de Incompetech (música sin derechos de
autor, de muchos estilos distintos), las canciones que mejor pudieran ajustarse
a lo que quería grabar. Y es que lo que quería grabar era… delicado. Se trataba
de Los ojos de Mara.
Imagino que ya sabréis que para
mí el mundo clásico lo es todo, ha sido la base de mis lecturas desde que era
un mico. Pues uno de los primeros libros que leí, antes de meterme de lleno en
los mitos griegos y en la Ilíada, fue este librito juvenil de unas 100 páginas,
que para mí tiene algo mágico, no sólo porque leerlo me lleve a mí a la época
de la infancia, sino porque el propio libro habla sobre la evasión, sobre los
mundos oníricos y bucólicos y el peligro de perdernos en ellos, del dolor de
salir del paraíso y volver a la realidad. Todo eso lo entiendo hoy, aunque
antes ya tenía intuiciones y sensaciones. Los ojos de Mara comienza de forma
casi anodina: tras un prólogo en el que el narrador nos promete un relato
extraño de su pasado, aparecemos en una ciudad cualquiera, un día cualquiera,
con un muchacho sin nombre, solitario y sensible, que recorre sin rumbo las
calles. Mirando las fachadas de las casas por las que pasa, se topa con el
color azul brillante de un cielo y un mar, con el blanco del mármol, y con una
mirada que le hechiza. Se trata de un cuadro que descansa en la pared de una de
las casas. Atraído irresistiblemente por aquellos ojos, se ve llamando a la
puerta. El dueño de la casa, un pintor, le enseña la colección de cuadros y le
permite verlos, asombrado por la honda impresión que le han causado. La muchacha
de los ojos hechizantes es la hija del pintor, Mara. Antes de que nos demos cuenta, nuestro protagonista
sin nombre se queda dormido y despierta en el mundo bucólico y de inspiración
griega representado en los cuadros. Allí conocerá a Mara y a otros personajes,
con los que vivirá algunas aventuras y, sobre todo, se enamorará de la chica.
El libro, que ha pasado
completamente desapercibido, publicado por una editorial juvenil llamada Hemma,
estuvo en mi colección mucho tiempo, y lo atesoré como algo precioso y
desconocido para todos excepto para mí. Había algo en la conjunción de todos sus elementos (argumento, personajes, atmósfera, ilustraciones...) que me había atrapado. Apenas hay en Internet rastro del
libro, ni en español ni en francés (el autor, Alain Jost, es de origen belga).
Finalmente, hace algunos años, el libro desapareció. No sé si fue regalado, si
se perdió… el caso es que hace unos meses volví a recordar la historia de Los
ojos de Mara, y me decidí a buscar y recuperar aquella parte de mí. Y lo
conseguí. Y aquí está conmigo el librito, de nuevo, igual que siempre, como si
nada hubiera cambiado, aunque se trate de otro ejemplar, aunque haya pasado por
otras manos. Y me decidí a grabarlo, capítulo por capítulo, sin prisas,
editándolo y escogiendo bien la música y los efectos que quería darle, y las
sensaciones que quería transmitir. El resultado es un audiolibro de más de dos
horas y media (que no es mucho en realidad) que decidí convertir en vídeo,
utilizando las sencillas pero inspiradoras ilustraciones de Marcel Laverdet
para marcar los capítulos, y subir a YouTube. Y aquí lo tenéis. Como ya digo en
la descripción del vídeo, Los ojos de Mara no tiene, en mi opinión, la mejor de
las traducciones (algunos tiempos verbales que no encajan, sobre todo), y mi
locución es la de un aficionado que cuenta sólo con el equipo más rudimentario,
y un talento más bien escaso que intento suplir con sensibilidad y entusiasmo.
El texto, la música y mi locución, conforman lo que es para mí Los ojos de
Mara. Es algo que no todo el mundo va a comprender, como es natural, y siempre se
arriesga uno cuando va por ahí con el corazón en la mano, pero a veces hay que
hacer estas cosas.
Quedan muchas otras historias por
contar, y poco a poco iré completando esta curiosa colección.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario